LA DECISIÓN
Me
desperté al escuchar que alguien
intentaba pasar un sobre por debajo de la puerta de entrada. No tenía idea de la hora, el brillo del sol se filtraba por las grietas de la puerta de madera, supuse que sería cerca del mediodía. Seguro que es otra publicidad inútil que solo
agrega basura.
Lo único que espero es que no sean más facturas, no sé cómo vamos a hacer
para pagar todo lo que estamos debiendo…… aún no llegamos a juntar la plata del
alquiler y ya pedí un anticipo en la peluquería
Había
dormido en el sofá y desde allí trataba
de adivinar el contenido de aquel
extraño sobre--------- ¿Qué será?
Traté de
esforzarme para mirar, pero tenía la vista nublada.
Me levanté
con esfuerzo, al levantar la cabeza
parecía que me estaban trepanando el cerebro, sin hacer ruido me acerque hasta
la puerta.
Me detuve
frente al viejo espejo colocado al lado
de la puerta el cual estaba rajado y con algunas manchas oscuras pero igual me
servía para mirarme cada vez que tenía que salir a la calle y hacerme los
últimos retoques.
Ver mi cara
reflejada en el cristal me hizo tomar conciencia de la pelea de la noche
anterior.
Mi cara
estaba desastrosa, el ojo izquierdo casi
cerrado por completo mostraba un color azul rojizo propio de la inflamación,
los cabellos totalmente desparramados y sueltos caían sobre mi avergonzado
rostro, tenía el labio inferior hinchado y
un pequeño corte había sangrado
por la noche.
Mis pómulos
y mis mejillas estaban surcados por
profundos canales oscuros nacidos en la mezcla amarga y triste de lágrimas y rímel.
Con esfuerzo
y dolor me agache a recoger el sobre e intenté leer el remitente, casi no pude
hacerlo.
Por un
momento sentí curiosidad, pero al leer a quien estaba dirigido la curiosidad se
transformó en incertidumbre y desconcierto, en una acto casi impensado
guarde el sobre entre mis ropas, giré mi
dolorido cuerpo con cuidado al mismo tiempo que miré hacia la cama.
Por suerte él no había escuchado nada, estaba
desplomado, con los pies colgando al costado del colchón, seguramente hundido
en sus sueños de alcohol y drogas.
Camine por el frío piso de baldosas pintadas a mano,
tratando de no hacer ruido para no despertarlo, no quería que viera el sobre y
mucho menos darle motivo para una nueva discusión que reviva el tormento de los golpes y el mal trato sin
razón, mi cara desfigurada me pedía a gritos que hiciera algo por mi vida.
Desde que
tomamos la decisión de vivir juntos no han cesado parado las agresiones y los
golpes, al principio el alcohol y los excesos eran parte del condimento de nuestra fantasía de amor, pero con el tiempo esa fantasía se transformó en
una realidad absurda y en un triste
calvario.
Fui al baño
tratando de no hacer el más mínimo ruido, por fortuna aún tenía puesta mis
medias y eso me permitió caminar silenciosamente.
Recordé que
las bisagras de la puerta del baño estaban resecas y que siempre rechinaban,
tomé el picaporte y abrí con mucho
cuidado para no despertarlo.
El baño de
la casona antigua era amplio y húmedo, las telas de araña rematadas contra las
molduras del techo daban un aspecto de abandono al lugar, cerré la puerta tras
de mí, y me quedé en silencio esperando que no se despertara, el ruido continuo
de la gotera de la ducha era lo único que se escuchaba. Busqué una toalla sucia
y la puse bajo mis pies, tenía frío y el piso del baño siempre estaba mojado y
las paredes negras chorreaban humedad.
Busque el
sobre entre mis ropas, desprendí el corpiño y pude retirar el sobre por el
escote, leí el nombre del remitente pero no me decía nada, no conocía a esa persona,
Pensé que se
trataba de un error, pero giré el sobre
apresuradamente y confirmé que estaba
dirigido a mí.
Volví a
girar el sobre y releí nuevamente el nombre del remitente---------- no era
nadie conocido.
Rompí el
papel del sobre con ansiedad y
curiosidad.
Me encontré con una hoja con el membrete de una escribanía, estaba
manuscrita con letra prolija volcada a
la derecha, tan prolija que parecía salida de un cuaderno de caligrafía.
Comencé a leer con detenimiento, la habían remitido hacía unos veinte días
atrás, una mujer se presentaba como
apoderada de mi abuela materna, la intensión de ella era contactarse conmigo
debido a que se había producido el fallecimiento de mi abuela.
Ella tenía en su poder las llaves de una propiedad y algunas pertenencias para ser entregadas en mano, para lo cual
debía dirigirme personalmente a mi pueblo natal.
La noticia en principio no me causó ningún tipo de sentimiento, muy por el
contrario, pesé que se me seguían sumando los problemas, me incorporé bruscamente y
estuve a punto de romper todo y
tirarlo por el inodoro, pero al levantarme, vi nuevamente mi rostro reflejado
en el espejo, esa imagen me hizo bajar la vista y reflexionar sobre el
contenido de esa correspondencia.
En ese instante sentí que mi rostro desfigurado de hoy tenía mucho que ver
con el contenido de ese sobre.
Fue tanto el sentimiento de odio y de impotencia que no pude contener mis
lágrimas, con el esfuerzo del llanto comenzó a sangrar nuevamente la herida de
mi boca, las gotas de sangre se
mezclaban con las lágrimas y rodaban en la pileta percudida del baño buscando vertiginosas la caída hacía el
desagüe.
Me sentí mal, tuve que sentarme en
el inodoro para no caerme, no podía
dejar de llorar, no entendía bien lo que pasaba por mi cabeza en ese momento, era una mezcla de angustia del
pasado que sé hacia presente para pegarme una nueva cachetada sobre las heridas
abiertas.
Quizá ver mi cara deformada en el espejo era el último aviso que me daba la
vida para que tomara una determinación de como quería seguir viviendo, pero al
mismo tiempo sentía que no tenía el coraje de hacerlo.
Arrugué con fuerza el sobre, lo hice un bollo y lo tiré al tacho de basura,
lavé mi cara y mis heridas, procuré peinarme y noté que tenía algunas
extensiones desprendidas de mi pelo, las junté con algo de papel higiénico y lo arrojé al tacho
cubriendo el sobre y la carta.
Salí del baño y mire hacía la cama, él no se había movido, seguía en la
misma posición incómoda en que lo había visto antes de entrar al baño, sentí
miedo, tenía temor que se despertara y volviera a pegarme.
Me acerque a la cama con cuidado, quería comprobar que estaba vivo, al ver
que respiraba me tranquilicé, tuve
intensión de taparlo con una manta, pero después desistí de hacerlo por temor a
despertarlo.
Esa necesidad de cuidar y proteger
al hombre a quien temía por sus golpes me confundía, pero sabía que sobre la
cama, totalmente borracho y drogado estaba el hombre con el que había conocido
el verdadero amor, verlo en ese estado era otra muestra contundente del
deterioro progresivo de mi vida.
Cuando lo conocí era oficial de la policía, me había cautivado su fuerte
personalidad, su temperamento, y la forma en que se jugaba la vida por lo que
él creía justo, siempre me protegió y me
amo como nunca nadie lo había hecho.
Mientras estuvo en la policía no hubo golpes ni situaciones violentas, pero
después que lo excluyeron de las fuerzas las cosas fueron cambiando
vertiginosamente, no pudo conseguir ningún trabajo y comenzó a tomar cada vez
con mayor frecuencia, al principio lo entendía y trataba de contenerlo,
compartía con él esa forma absurda de
escapar de la realidad, nos emborrachábamos
juntos y terminábamos haciendo el amor en cualquier parte, podíamos
amanecer en cualquier lado después de una noche de alcohol y sexo y no sentir
ningún tipo de vergüenza por haber hecho el amor en la escalinata del subte o en una plaza o en
cualquier rincón oscuro de Buenos Aires.
Nunca había entregado mi cuerpo con tanto placer a un hombre, con él
descubrí el vértigo y la enorme diferencia que hay entre el sexo y el amor
Ahora el presente es distinto, ya no siento lo mismo por él, el gran amor
que sentía fue cambiando con el correr del tiempo hasta transformarse en miedo,
el placer se fue convirtiendo en dolor, la alegría ficticia del alcohol en
llanto verdadero, la fantasía pasajera
de las drogas en perpetua condena al
sufrimiento.
El desorden de la pieza era total, el olor a cerveza derramada sobre el
piso, se mezclaba con los olores nauseabundos del encierro, el humo del tabaco
y la marihuana se confundía con el aroma pegajoso de los sahumerios que flotaban pesado en el aire hasta quedar
pegados en las cortinas.
Abrí con cuidado una de las ventanas para que se ventile el ambiente y
corrí la cortina para evitar que entre el sol, fui a juntar las botellas que
estaban sobre el pedazo de alfombra que había al costado de la cama, pero una
de ellas estaba rota se había partido al
golpear con la culata de la pistola calibre 9 mm que había quedado tirada sobre
el piso mojado de cerveza, pensé en juntar todo, pero sabía que tenía
terminantemente prohibido tocar el arma, por lo que preferí dejar todo como
estaba.
Para no hacer ruido me fui de nuevo al baño, me miré nuevamente al espejo,
había ganado tranquilidad por lo que
pude revisar y curar mis heridas, busque los lentes oscuros y me acomode
el cabello de manera que tape la parte golpeada de mi cara.
Intenté varios tipos de peinados, pero ninguno me gustaba, me senté en el
inodoro sin tener ninguna necesidad de hacer nada.
Miré el tacho donde había arrojado el sobre y no pude resistir la tentación
de meter la mano en la basura, tomar el sobre y la carta y releerlos.
Intenté desarrugar las hojas sobre mi pierna desnuda, comencé a leerla
nuevamente, pero un montón de recuerdos ya enterrados en el olvido, volvieron a
mi mente.
Había aprendido a vivir sin ataduras al pasado, fui
sepultando los recuerdos en la
necesidad de sobrevivir cada día, pero esta carta me demostraba que aún estaban
vivos en mi mente los recuerdos que ya creía superados.
Esa mañana lluviosa mi madre me vistió presurosa, ella había preparado a lo largo de los días un bolso y
otras cosas para el momento de dar a luz.
Mi papá preparó el bote, y nos pedía
que nos apuremos porque ya había comenzado a llover más fuerte, tuvimos que ayudar a mi mamá para que pudiera
subir al bote sin patinarse en el barro, su abultada panza no le permitía
moverse con tranquilidad.
El recorrido por el río era rutinario ya que lo hacíamos casi todos los
días con mi papá.
Al llegar al pueblo abandoné el
bote, mi abuela me esperaba en el muelle
bajo la intensa lluvia, al ver que había venido con el carro salté del bote y
corrí a buscar refugio debajo del mismo, la lluvia castigaba con tanta
fuerza que mi papá sin bajarse del bote
hablaba a los gritos con mi abuela, luego mi padre se dirigió a mi gritando
que me portara bien y que siempre
le hiciera caso a la abuela, mi mamá seguía sentada en la parte trasera del
bote de madera, levantó la vista y me saludo con una mano mientras con la otra
se sujetaba la panza debajo de la capa negra totalmente empapada.
Nunca volví a verlos.
La tormenta y el río se habían
convertido en una trampa macabra para robarme a mis padres y a mi hermano que
nunca conocí.
Desde aquel día comencé a vivir con
mi abuela, ella era viuda, a mi abuelo solo lo conocí por una foto de color
marrón que estaba colgada en su cuarto
sobre la cabecera de la cama.
Ella decía que tanto mi abuelo, como mis padres habían muerto por la
decisión del gobierno de levantar el ferrocarril, y que esa misma decisión nos
llevaría a la muerte a todos los del pueblo. Mi abuelo era empleado del
ferrocarril y murió el día que se enteró que se quedaba sin trabajo.
Mi abuela, tenía un pequeño local,
enfrente a la estación abandonada del tren, en ese local tenía un
máquina de coser y se dedicaba a confeccionar ropa de mujeres y muñecas, ya que
también se dedicaba a reparar muñecas de porcelana, ambos
oficios los había aprendido en su Europa
natal, siempre había cosido para afuera
mientras vivió mi abuelo, pero ahora se había convertido en su única fuente de
ingresos. Mientras el tren funcionaba, el movimiento en la estación era
importante y siempre había gente que compraba algún vestido nuevo para sus
hijas o traían a arreglar alguna que otra muñeca.
Ella no me dejaba salir nunca a la
calle, mucho menos que me acercara al río o que fuera a jugar con chicos de mi
edad, me tenía siempre cerca de ella, mientras cosía algún vestido o arreglaba
con mucha paciencia alguna muñeca quebrada.
Al principio me pedía que le ayudara
y de premio me hacía alguna torta o algo rico para comer, pero con el paso de
los meses la situación fue empeorando, ya no había trabajo ni mucho menos cosas
ricas para comer, ella lloraba por las noches encerrada en su habitación
mientras creía que yo dormía.
Poco a poco el pueblo se fue secando como las ramas de un árbol que moría sin remedios, cada vez menos gente
circulaba por el pueblo y eran menos los clientes de mi abuela.
Ella nunca me había pegado, hasta que un día comí sin permiso un poco de
queso que había sobre la mesa, ese día el castigo fue muy duro y a partir de
aquel momento las cosas fueron cambiando para peor.
Tuvo que bajar las cortinas del local
y solo tomaba algunos trabajos de costura pero que no alcanzaban para
mantenernos.
Con el paso del tiempo terminamos viviendo en el local, la parte trasera se
había convertido en dormitorio y comedor al mismo tiempo que el frente seguía siendo el reino de las muñecas rotas,
las caras de porcelana pintadas de colores pálidos se encontraban separadas del
cuerpo, a muchas les faltaba algún ojo, un brazo, o parte del cabello, los
vestidos que en un tiempo lucieron
puntillas blancas como la espuma ahora mostraban el ocre desteñido del olvido.
Muchas veces en mi encierro, jugaba con mi imaginación en ese mundo de
muñecas rotas, le fui poniendo nombre a cada una de ellas, aun a aquellas que
estaban incompletas.
Como mi abuela no me dejaba que tocara las muñecas por temor a que se
rompieran, poco a poco se fueron cubriendo de polvo y los vestidos se
convirtieron en telas de arañas.
Los vidrios de las ventanas también se fueron cubriendo del polvo reseco
del camino quitando cada vez más luz a
ese espacio de muñecas muertas.
Mi abuela siempre me obligó a dormir la siesta si no le hacía caso el
castigo no tardaba en venir, pero con el tiempo fui ganando confianza y aprendí
a esperar en la cama a que ella se
durmiera para levantarme e ir a jugar con las muñecas, muchas veces ella se
emborrachaba y el tiempo para jugar era mayor, pero así también eran la palizas
si me sorprendía haciendo algo sin su autorización.
Un día ella dormía su siesta de alcohol, mientras yo jugaba en mi mundo de fantasía, para poder
ver corría un poquito las cortinas y dejaba entrar un pequeño reflejo del sol
que quedaba encerrado entre esas cuatro paredes oscuras.
Allí podía dejar volar a mi
imaginación y jugar hasta que ese pequeño reflejo de sol se desvanecía por completo.
En unas cajas que mi abuela tenía en
el local encontré un vestido de princesa junto a un montón de ropa de bebé sin
usar, nunca me había puesto un vestido así, pero por un momento sentí la
necesidad de ser la reina en ese mundo de muñecas rotas.
El vestido era más chico de lo que yo creía por lo que termino descosido en
el esfuerzo de probármelo.
Con el vestido roto en la espalda estaba sentada en el piso rodeada de
algunas de las muñecas, cuando alguien golpeo con fuerza la cortina del frente,
me desesperé porque se iba a despertar mi abuela, corrí hasta un rincón oscuro
y me quedé temblando, esperando que no me buscara...
Mi abuela se despertó nerviosa,
preguntando a los gritos quien era
el que golpeaba, miró mi cama vacía y me llamó, le contesté con pánico
desde el rincón, al ver que ella venia hacia mí, traté de esconderme. Encogí
mis piernas al momento que quería esconder mi cabeza entre ellas, el vestido se
siguió desgarrando aún más los golpes no tardaron en llegar.
Los gritos y los golpes solo se interrumpieron porque la persona que estaba golpeado la cortina metálica lo hacía
con más fuerza...
Mi abuela dejó en el piso el cinturón con el cual me pegaba y se alejó
insultando para atender a la persona que golpeaba con insistencia, me
quedé en el piso casi sin poder
respirar, mientras miraba como se dirigía a la puerta al tiempo que gritaba
como loca:
¡¡ Ya va!!…¡¡ Ya va!!…¡¡ ¿Qué pasa…?!!¡¡ ¿Porque tanto apuro…?!!
Desde el piso, miraba la escena mientras trataba de recomponer la
respiración entrecortada por el llanto.
Cuando se abrió la puerta pude ver a contraluz la figura pesada de un
hombre.
¡¡ Ahh!!…¿Es usted? ----disculpé no sabía que estaba en la zona…
La voz de mi abuela había cambiado, trataba al visitante con amabilidad
mientras lo invitaba a pasar.
El hombre saludo con voz gruesa y una amplia sonrisa se dibujó debajo de su
tupido bigote negro, de inmediato se quitó el sombrero y acompaño a mi abuela
hasta la mesa.
Le pedía disculpas en un tono amable, pero su forma de hablar era extraña,
con el tiempo supe que ese hombre era conocido como el turco. Se dedicaba a
llevar telas, ropas y otros tipos de mercaderías por los pueblos.
Mi abuela se sentó con el turco en la mesa de la cocina, al principio
comenzaron a hablar en tono amable, pero después de unos minutos el turco
comenzó a reclamar el pago de unas telas, pinturas y comestibles que le había vendido hacia un
tiempo.
Ella le explicaba que no podía pagar, que desde que se había levantado el
ferrocarril casi no trabajaba y que se le hacía mucho más difícil la situación
porque yo estaba con ella.
El turco enfureció y exigía cada vez con más fuerza el pago de la
deuda a lo que mi abuela sólo atinaba a
decir que no podía ni siquiera mantenerse y mucho menos mantenerme.
Por largo tiempo discutieron a los gritos y por momentos hablaban tan bajo
que era imposible escuchar lo que hablaban.
Me dormí sobre el piso, junto a las muñecas, no sé cuánto tiempo más
discutieron, tampoco escuche cuando él se fue, solo recuerdo que al otro día,
desperté en mi cama.
Mi abuela había preparado una caja con algunas ropas y telas sin usar y la
había dejado sobre la mesa. Me mandó a lavarme las manos, la cara y las
piernas. Cuando regrese a la cocina ella misma me peino, y miró mis moretones
sin hacer ningún comentario.
Había sobre la mesa una taza de mate cocido y un pedazo de tortilla
caliente, me dijo que comiera, mientras
ella me traía algo de ropa limpia que dejo sobre una silla.
Una vez que terminé de tomar el mate, me vistió, luego agarro la caja que
estaba sobre la mesa y me pidió que la acompañara hasta la calle, al salir pude
ver que estaba el turco sentado en una
camioneta vieja toda desvencijada llena
de cajas y mercadería.
Mi abuela, me tomó de la mano y me llevo hasta la camioneta, el
turco se inclinó y abrió la puerta del acompañante, mi abuela soltó mi mano y
fue para la parte trasera donde dejo la caja que tenía preparada.
Me quede mirando la puerta de la camioneta, mi abuela volvió y me pidió que
subiera, solamente me dijo que ese hombre cuidaría de mí. Cerro la puerta de la
camioneta y con la cabeza gacha se metió nuevamente en el local.
Allí me quede inmóvil, como una muñeca que le había arrancado la
cabeza.
El hombre puso en marcha el vehículo y manejó en silencio, en ningún
momento me habló, ni me preguntó nada, solo manejaba dejando en el camino un montón de lugares que yo ni
siquiera imaginaba que existían.
Por la tarde paramos en un humilde caserío cercano a un río, los perros
ladraban sin cesar y la gente comenzó a
salir de todos lados, se acercaban a la camioneta y trataban de ver que había dentro
de ella.
El turco se bajó y comenzó a sacar todo tipo de cajas al tiempo que ofrecía
ropa, cacerolas, condimentos o cualquier tipo de mercadería, en un momento me llamó y me pidió
que le alcanzara algunas cajas que había dentro del vehículo. Esa rutina se
repetía día tras día, nunca teníamos un lugar fijo donde parar, ni donde dormir, comíamos a la hora que
podíamos hacerlo, y nunca teníamos un destino fijo.
Un día entramos en un camino angosto y polvoriento, la espesura del monte
no permitía el paso de la luz, por lo que me dio la sensación de que había
anochecido más temprano, por momentos me dormía en la monotonía del paisaje
hasta que mi cabeza golpeaba bruscamente contra la ventanilla de la camioneta.
La única luz que funcionaba en la
camioneta se hundía en la oscuridad del camino que parecía cerrarse sobre
nosotros.
Luego de varios kilómetros llegamos a un rancho, donde nos recibieron tres
o cuatro perros flacos, hediondos de haberse revolcado en las osamentas y
cubiertos de moscas y garrapatas, tras de ellos salieron dos hombres a recibir
al turco, cuando baje de la camioneta me miraron detenidamente.
Nos invitaron con cortesía y risotadas a pasar al rancho, sobre el fuego
colgaba una olla negra de fundición y dentro de ella hervía con intensidad un
guiso con carne de nutria. El turco bajo de la camioneta una damajuana de vino,
unos platos hondos, vasos y una palangana de aluminio de regalo, siguieron las
risas y las bromas que yo no llegaba a comprender, luego de un rato nos pusimos
a comer.
Una vez terminada la cena me fui a dormir a la camioneta, me tapé con una
manta polvorienta y me quede escuchando las risotadas de los tres hombres,
sentía el olor nauseabundo de los perros que
se arrimaban a la camioneta con curiosidad, los mosquitos y los tábanos
estaban imposibles de soportar, por lo que me tape hasta la cabeza y allí me dormí.
En un momento, sentí que alguien retiraba la manta de mi cara, me desperté
con miedo, no podía ver quien era, el olor
a vino que exhalaba de la boca
era muy fuerte y cuando intente levantarme no pude hacerlo, el turco me
sujetaba con fuerza por la espalda, esa noche los tres hombres borrachos abusaron por primera vez de
mí , sentí mis carnes desgarrarse por dentro, y todo esfuerzo por evitar esa
situación fue en vano, lloraba y gritaba desesperadamente, pero nadie podía oír
mis gritos, solo los perros tapaban mis
gritos con sus ladridos y gruñidos mientras se disputaban las sobras del guiso.
Ese era el hombre que según palabras de mi abuela cuidaría de mí, esa era
la herencia que había recibido de mi abuela.
No fue la única vez que abusaron de mí, con el paso del tiempo se
agigantaba la idea de escapar, solo
esperaba la oportunidad de hacerlo.
Un día estamos por cruzar un paso a nivel que se encontraba en medio del
campo, la barrera comenzó a bajarse delante de nosotros al tiempo que la
campana de precaución sonaba con intensidad,
no sé porque extraño pensamiento relacione la llegada de ese tren con la oportunidad que había estado
esperando.
Recordé que el levantamiento del servicio ferroviario había sido el motivo
de muchas penurias del pasado, ahora quizás un tren me estaba dando la posibilidad de escapar del
infierno que estaba viviendo. .
A medida que se acercaba la maquina al paso nivel comenzó a disminuir la
velocidad al mismo tiempo que
intensificaba el estruendo de sus bocinas, al momento de pasar frente a
nosotros había disminuido considerablemente la marcha, salté de la camioneta y
corrí hasta las vías, casi con desesperación
busque de dónde agarrarme para poder subirme a un vago de cereales, fallé en varios intentos, corría
a la par del tren sin medir la posibilidad de caerme bajo sus ruedas, un nuevo
intento y por fin logre agarrarme con fuerza y encontrar un apoyo improvisado
para mi pie derecho, con mi cuerpo colgado de costado , pude girar para ver si
el turco me seguía , pude ver por última vez su figura obesa recortada sobre el
camino de tierra, se había bajado de la camioneta pero seguramente entre
seguirme y dejar la camioneta cargada con mercadería eligió quedarse con la
camioneta , vi con placer que toda la formación había pasado el paso nivel y
las barreras comenzaban a levantarse, era la señal de mi ansiada libertad, una
libertad que nunca había sentido y que me daba la posibilidad de buscar una
vida mejor
Miré el sobre y la carta arrugada que tenía en mis manos, quizás esta hoja
arrugada podía ser un nuevo tren que detenía su marcha delante de mí para que
me subiera a un destino sin rumbo.
En ese momento sentí la misma sensación que me impulsó a saltar de la
camioneta, salí del baño tratando de no hacer ruido, busque ropa, algo de plata
y me propuse ir hasta la terminal de retiro, no tenía idea si había alguna
empresa de micros que llegara hasta el pueblo, mucho menos tenía idea del costo
de pasaje, pero había tomado la decisión de volver, tenía muchas cosas por
resolver pero la decisión ya estaba tomada. Sabía que si él se despertaba y no
me encontraba en la pieza iba a ser un nuevo motivo de discusión y pelea, pero
igualmente me fui.
Camino a la terminal de Retiro comencé
a pensar como haría para irme sin
que él se diera cuenta, no quería que me siguiera, ni tampoco quería que
supiera donde tenía intenciones de ir.
Tuve que averiguar en varias ventanillas, hasta que encontré una empresa
que me dejaba a algunos kilómetros del pueblo, sin dudarlo saque pasaje para
ese mismo día...
De regreso pasé por la peluquería
donde trabajaba, hablé con mi amiga que era la dueña del local, ella siempre había sido muy considerada conmigo,
conocía mi situación y al ver mi cara no necesite dar ninguna otra explicación de la decisión que
había tomado...
Accedió sin poner ninguna traba a mi pedido, en esa peluquería había
aprendido el oficio y había podido ir comprando con mucho esfuerzo mis propias
herramientas, guarde todas mis
pertenencias en un bolso y le pedí permiso para dejarlo hasta la noche, ella no
solo me permitió dejar el bolso sino que se ofreció para pasar a buscarme con
el auto y llevarme hasta la terminal de Retiro.
Cuando regrese al departamento él ya no estaba, seguía todo el desorden y
la suciedad, solo faltaba el arma que había estado tirada en el piso, aproveché
para ordenar y juntar rápidamente mis cosas, que no eran muchas pero que
estaban desparramadas en el desorden habitual en el que me había acostumbrado a
vivir. Cerré la puerta de madera del departamento esperando no cruzarme con
nadie, fui directamente a la peluquería
donde me refugié hasta que mi amiga me pudo llevar hasta la terminal.
Tenía que hacer tiempo hasta la hora de viajar, me despedí de mi amiga con
un beso y le agradecí por todo lo que había hecho por mí y el riesgo que
implicaba eso para ella.
Busque un locutorio y llamé a la escribanía, me anuncié y les informé que
iba a llegar en horas de la noche y que necesitaba que me indiquen por donde
debía pasar a retirar las llaves del local.
Con la amabilidad y confianza habitual de la gente de campo, me dijeron que
no había problema con el horario y me dieron la dirección de una casa
particular por donde podía pasar a retirar todo.
Recién cuando estuve sobre el micro entendí que estaba volviendo a mi
pueblo natal, después de muchos años y después de haber vivido una vida llena
de situaciones difíciles, donde había aprendido a elegir mi camino sin dejarme
gobernar por quienes me maltrataban y siempre me superpuse a las peores
situaciones, tratando de vivir con la dignidad que merece vivir cualquiera de
nosotros.
Para viajar elegí ropa negra, me recogí el cabello, y no me saqué en ningún
momento los lentes oscuros.
Llegamos al pueblo casi a la media noche, el micro me dejó en una estación
de servicio donde pude preguntar por la
dirección que me habían dado, tenía que caminar bastante por las calles de
tierra ya que la ruta estaba alejada del
pueblo.
La noche era cerrada, a lo lejos se veía el
reflejo de los relámpagos que mostraban las siluetas oscuras de las
nubes de tormenta, pero igualmente tomé la decisión de caminar, acomodé los
bolsos lo mejor que pude y emprendí el camino.
Caminé siguiendo las instrucciones que me habían dado, al poco tiempo pude
ver las primeras luces del pueblo lo que me alentó a seguir pese a que el peso
de los bolsos ya se hacía sentir sobre mi espalda.
Al entrar al pueblo comenzó a llover, por lo que me quité los zapatos para
no embarrarlos, sin quererlo recordé que
la última vez que había pisado el barro
de ese pueblo fue el día en que habían muerto mis padres.
Llegue a dirección que me habían dado, pasada la media noche, pero el ver
el reflejo de una lámpara me anime a golpear,
la lluvia me había mojado por completo y no tenía donde pasar la noche.
Me atendió una mujer mayor con mucha amabilidad, supongo que me estaba
esperando porque parecía vencida por el sueño, pero con buena predisposición
para atenderme, al ver mi rostro hinchado por los golpes y mi ropa negra
totalmente mojada y pegada al cuerpo, me miro sorprendida, titubeando y con
algo de temor me pregunto mi nombre y si
yo era quien debía retirar las llaves y la caja con las pertenencias.
Le conteste que sí y le pedí por
favor que solo me diera las llaves y que por la mañana pasaría a retirar la
caja, me miro nuevamente y me dijo que no, que era mejor que me llevara todo en
ese momento, me pidió los documentos y los revisó con desconfianza, luego tomo una caja no muy grande que estaba
preparada sobre una mesa junto a un manojo de llaves y un documento a modo de
recibo, el que me acerco junto a una lapicera sin hacer comentarios.
Firme el documento sin leerlo, tomé las llaves, crucé la caja por debajo de
mi brazo y trate de girar sin tirar nada.
La lluvia seguía golpeando con fuerza, acomodé los bolsos, la caja y los
zapatos que llevaba en mis manos y camine por la calle principal que seguía
siendo de tierra, a lo lejos pude ver figura recortada de la estación del tren,
que seguía de pie como mudo testigo del paso de los años.
Caminé con la cabeza gacha por miedo a caerme al tiempo que trataba
que observara que había algunas
construcciones nuevas sobre la calle principal.
Al llegar al local de mi abuela busqué entre mis ropas el manojo de llaves
y me dirigí a la parte de atrás de la casa para entrar, el abandono era
notorio, el pasto estaba crecido y se veía que durante años no se habían hecho
trabajos de mantenimiento.
Ni siquiera intente abrir la puerta del frente del local, a simple vista se
podía observar que la corrosión había trabajado durante todos esos años y que
el mecanismo de la cerradura estaría inservible.
Me dirigí a la parte trasera de la propiedad, abrí la puerta de tejido
mosquitero, busque a oscura la llave que pudiera entrar en la cerradura, la
puerta se abrió sin problemas, dejé los bultos en el piso y busque en uno de
los bolsos un paquete de velas y fósforos que había guardado para esta
oportunidad, encendí una vela y la deje sobre la mesa, pude escuchar el ruido
de las ratas buscando refugió.
Encendí otra vela y me dirigí a la pieza, mis ojos recorrían con
incertidumbre y algo de temor cada uno de los rincones de la casa, aún estaba
el cuadro con la foto de mi abuelo sobre la vieja cama de bronce, sobre la mesa
de luz había un velador que intente prender sin éxito, detrás del velador un
pequeño porta retrato que nunca había
visto, lo levanté con cuidado y acerque la luz de la vela, retire el polvo
pegado sobre el vidrio y una sensación de frío recorrió mi cuerpo cuando
reconocí en la foto a mis padres. Deje
la foto en su lugar y volví a la parte de atrás del local, la luz amarillenta
de las velas no alcanzaban para iluminar tanta oscuridad, el olor rancio del
encierro y la humedad me perforaba la nariz.
Giré alrededor de la mesa donde había tomado mi última taza de mate cocido
y corrí la silla donde mi abuela había dejado mi ropa limpia.
Me dirigí al frente del local, una tela pesada hacía las veces de cortina
separando un ambiente del otro, corrí la tela con mi mano izquierda y alejé la
vela.
El aspecto me resultó tétrico, todo estaba como yo lo había dejado, los pedazos
de muñecas sobre el piso cubierto de polvo, mi vestido de princesa
tirado en un rincón comido por las ratas, las cabezas de las muñecas daban una
imagen macabra al lugar.
Ese rincón hoy inmundo había sido mi reino de fantasía, donde en las tardes
de siesta me permitía ser la más hermosa de las muñecas
Miré con detenimiento todo y cada uno de los estantes del local, las ratas
se paseaban por los tirantes de madera, para perderse en la oscuridad,
Pensé que tendría que trabajar mucho para limpiar todo ese lugar, pero no
me asustaba el desafío, quizás el pueblo aún no estaba muerto.
Volví a la cocina y puse sobre la mesa la caja con las pertenencias que me
había dejado mi abuela, coloque una vela en el pico de una botella vacía y
comencé a quitar las ataduras.
La caja estaba forrada en papel de
colores suaves, corrí la tapa y en su interior había una hoja de papel
prolijamente doblada, tome la nota y no la leí, me llamó la atención el roce de
mi mano con una tela muy suave, al levantarla comprobé que se trataba de
ropa de bebé, un ajuar completo para una
niña. Dejé la nota sin leer a un costado y comencé a levantar una por una las
prendas que estaban dentro de la caja, doblé y guardé las prendas con la misma
prolijidad con las que habían sido embaladas originalmente.
Abrí la hoja que estaba doblada en cuatro, las marcas de los pliegues sobre
el papel y las letras escritas con manos temblorosas me hacían muy difícil la interpretación de las palabras.
Tome una silla y me senté a leer en la misma mesa donde mi abuela había tenido que tomar la decisión más dura
de su vida, entendí porque tuvo que entregarme para no perder en manos del turco esa propiedad
que hoy me dejaba como herencia.
Ahora era yo quien tenía que tomar la decisión de abrir las puertas de ese
local y dejar que entre el sol en ese mundo de muñecas de porcelana y vestidos
con puntillas y delicados encajes, esperando que la gente del pueblo acepte a
un peluquero homosexual que volvía a su pasado para poder construir su
futuro.
MAHUDA